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La Galerna

·28 March 2025

El madridismo como herencia: de Venezuela a Madrid

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Las raíces del sentimiento blanco

El madridismo puede nacer de muchas formas, pero pocas historias tienen el peso emocional de aquellas que atraviesan continentes y generaciones. En mi caso, 7.379 Km (la distancia entre el Santiago Bernabéu y Maracaibo, Venezuela ) serían pocos. La pasión por el Real Madrid comenzó mucho antes de que pudiera entender lo que significaba amar a un club de fútbol, mucho antes de nacer. El Madrid me había elegido, no yo a él.

Fue Carola, mi abuela, quien plantó la primera semilla. Después de la Guerra Civil Española, emprendió un viaje hacia Venezuela, llevando consigo poco más que recuerdos y una pasión inquebrantable por el Real Madrid.


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Los domingos empezaban a transformarse en días especiales. Entre tostadas y café, Carola, como buena mocita madrileña, me llevaba alegre y risueña a un lugar que aun sin conocerlo podía visualizar perfectamente. Sus historias sobre el Madrid imperial de Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskás y Paco Gento cobraban vida. Sus relatos sobre aquellos primeros conquistadores de Europa eran tan vívidos que casi podía escuchar los gritos del antiguo Chamartín.

Mi padre, continuando con esta herencia blanca, añadía su propia capa de historia. En sus palabras cobraba vida la legendaria “Quinta del Buitre”: Butragueño, Míchel, Martín Vázquez, Pardeza y Sanchís dominando el fútbol español con cinco ligas consecutivas, así como también aquel Madrid de Juanito, Stielike o Santillana.

Dos generaciones, dos épocas doradas de un mismo sentimiento.

De los VHS a las remontadas épicas

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14 de Junio de 1997. Ahí empezaría mi propia historia como madridista, la tercera generación. ¡Alirón, alirón, el Madrid es campeón! Campeones de Liga. 3-1, venciendo al Atlético de Madrid, primer título personal. Aún no sabía lo que vendría, porque si hay un momento que definió mi madridismo para siempre fue la conquista de la Séptima Copa de Europa. "Es un día histórico", me dijo mi padre mientras me pedía grabar el partido en VHS. “Después de 32 años volveremos al lugar que nos merecemos, no te lo pierdas".

Y así comenzó una tradición familiar: grabar cada final europea. La victoria ante el Valencia en París con el gol de Raúl, la elegancia de Fernando Redondo y aquella volea mágica de Zidane en Glasgow quedaron inmortalizadas no solo en cintas, sino en la memoria colectiva de nuestra familia.

Mi primera vez en el templo del madridismo

Justo el verano siguiente marcó un antes y un después en mi vida madridista. Viajé por primera vez a Madrid y conocí en persona al tío Manolo (hermano de Carola), quien vivía allí y de quien tanto había escuchado hablar y heredado libros, fotos, bufandas, gorras y un sinfín de cosas que se volvieron parte de la decoración de mi habitación. Con apenas diez años, él me llevó al Santiago Bernabéu, a ver un Madrid-Villarreal. Al entrar, sentí que pisaba suelo sagrado. Allí estaban mis héroes de carne y hueso: Illgner, Panucci, Hierro, Sanchís, Roberto Carlos, Redondo, Seedorf, Savio, Morientes, Raúl y Mijatović.

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El equipo empezó perdiendo, pero terminó remontando con un contundente 4-1, una lección temprana de lo que significa ser del Madrid: nunca rendirse.

Fue mágico. Los sueños se empezaban a hacer realidad. El amor se había consumado. Ese día me prometí estar siempre cerca del Madrid, una promesa que la vida me permitió cumplir literalmente cuando, hace tres años, me mudé a vivir a la capital de España.

El viaje inverso: de Venezuela a Madrid

El círculo se cerró: mi abuela había salido de España llevando el madridismo en su corazón hasta Venezuela, y yo, décadas después, regresaba a las raíces de ese sentimiento heredado, completando un viaje que comenzó mucho antes de mi nacimiento.

Celebrando donde todo comenzó

Vivir en Madrid ha significado la materialización de un sueño que comenzó con las historias de Carola, en aquellos desayunos de domingo. Después de tantos años viviendo la pasión madridista a miles de kilómetros, poder celebrar la primera Copa de Europa en Cibeles fue una experiencia indescriptible. Ver a la diosa convertida en el centro del universo madridista, sentir el abrazo colectivo de miles de aficionados unidos por el mismo sentimiento que mi abuela me transmitió, fue como cerrar un círculo perfecto.

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Pero quizás el momento más emotivo fue poder ir al estadio con mi viejo, sentarnos juntos en esas gradas que tantas veces habíamos imaginado, y celebrar “in situ” todo lo que durante años vivimos a la distancia. Cada gol, cada cántico, cada victoria nos transportaban a esos días en Venezuela, cuando él me contaba historias de la Quinta del Buitre y de Juanito, mientras veíamos los partidos en la televisión.

Carola y el tío Manolo ya no están con nosotros, pero sé que están en algún lugar, animando al Madrid como siempre lo hicieron, porque el Madrid va más allá de la vida misma, es eterno. Cuando el estadio ruge, cuando el equipo remonta, cuando los jugadores se abrazan tras un gol imposible, siento que ellos siguen ahí, que su legado continúa, que aquel madridismo que cruzó el Atlántico sigue más vivo que nunca.

La pasión que comenzó con una joven que tuvo que abandonar su país tras una guerra, ahora se ha completado con su nieto que regresó a la tierra de sus ancestros. Es el poder del Real Madrid, un club que trasciende fronteras y generaciones, que une a familias a través del tiempo y la distancia, y que convierte una simple pasión deportiva en un legado que se transmite como el más preciado de los tesoros.

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