
La Galerna
·24 April 2025
Güler el hermeneuta

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·24 April 2025
Dos jornadas más de la liga espuria, dos victorias por la mínima: bajas y sorpresas (o no tanto). Ese sería el compendió minimalista de mi experiencia después de haber visto los dos últimos partidos del Real Madrid. Los tunantes del silbato siguen a lo suyo, complacientes hasta la burla con las embestidas enemigas, severísimos con las nuestras. Su misión es la de desarrollar la labor de zapa, es decir, minar la mente de nuestros jugadores con decisiones a todas luces injustas con tal de que estos cedan a la frustración natural a la que propendemos los hombres cuando hemos sido víctimas de un trato desigual.
Cuando esto se repite una y otra vez el efecto es atroz: ¿con qué ánimo sale un futbolista al campo sabiendo que las reglas del juego se cambian al contentillo con tal de que la victoria sea para él —por vestir de blanco inmaculado— mucho más difícil que para sus oponentes. Luego vienen los maquillajes en las postrimerías del partido, cuando el sabotaje moral se ha cumplido. Las faltas y tarjetas tardías son la micción que el bombero indolente esparce sobre las cenizas tibias de una casa consumida hasta la raíz: es la signatura del criminal. Por Barcelona la mafia sigue riendo a carcajadas.
Contra el Athletic Club de Bilbao el Madrid fue de nuevo el claroscuro de otras veces. De menos a más, embistiendo hacia el final de la contienda con la violencia feral de los animales arrinconados. Vinícius Jr. insiste y no se cansa, aunque se canse y por momentos parezca que va a expulsar el corazón y las tripas por la boca. Es el hijo del trueno, el capitán de la rabia: ¡Vini 2030! De nuevo el caos, los arreones de la voluntad ciega, el deseo natural de un equipo que ha conocido mejores tiempos, es verdad, pero que, en horas bajas, desarbolado y todo, remonta los oleajes de ese Pasaje de Drake permanente al que lo condenan los señores colegiados. Estos últimos siempre están ahí, se sabe, vigilando los intereses de los dueños del latifundio federativo.
La misión de los árbitros es la de desarrollar la labor de zapa, es decir, minar la mente de nuestros jugadores con decisiones a todas luces injustas con tal de que estos cedan a la frustración natural
Resulta más que patente el choque entre dos visiones de mundo radicalmente opuestas; por un lado, don Florentino Pérez y su Real Madrid, visionarios, hijos del porvenir, anunciando el mundo del mañana; por el otro, los oscuros funcionarios de mentalidad caciquil, aferrados a un modelo patriarcal, patrimonialista y telúrico. No se necesita ser muy inteligente para saber quién prevalecerá. La historia está ahí para demostrarlo. Pero de eso hablaré en otro reporte trasatlántico.
En el caso del partido del fin de semana pasado, Fede Valverde desbarató la emboscada con un proyectil de última generación al vértice. El mundo en vilo por dos segundos, luego el éxtasis que solo puede generar un gol de semejantes hechuras pintureras. El sector plañidero de la grada pasó de los gimoteos al éxtasis con esa facilidad que solo puede atribuírsele a los cínicos. Victoria por la mínima y a seguir remando, que el túnel de la noche más oscura es siempre el más largo.
Por otro lado, el día de ayer, contra el Getafe CDF, los de José Bordalás —que no se cansa de repartir besos y abrazos mientras sus jugadores embisten a mordidas— pusieron en marcha la estrategia ecuestre de defenderse a coces, amedrentando al rival desde el primer momento, “marcando el terreno” con “caricias” a la tibia y el peroné, alzando la rodilla para “saludar costillas o espinazos” en una disputa por lo alto, sacando el codo “casi sin querer” para incendiar las nucas de los contrarios y producir con todo ello en la anatomía de los jugadores del equipo rival un compendio de protuberancias, inflamaciones, fisuras, descalabraduras y rupturas de aductores, como en el caso de Eduardo Camavinga, que debió retirarse del campo caminando con vacilación senil y sin poder ocultar un dolor intenso en la entrepierna: no menos de ocho semanas de recuperación de acuerdo al vademécum que acabo de consultar antes de redactar este despacho semanal. Alaba, el desdichadísimo Alaba, también es baja. Una auténtica pena.
Güler es un hermeneuta: interpreta situaciones estratégicas como nadie. Es un algoritmo que viste de blanco. Sabe lo que está sucediendo y lo sabe antes que sus rivales, e incluso que sus propios compañeros
Aunque podemos sacar de positivo algo más que el resultado del partido de ayer. Me refiero al desempeño de Arda Güler, jugador turco de talante recogido pero que anoche dio muestras de poseer carácter, tenacidad técnica y, sobre todo, algo fundamental, la ventaja competitiva por antonomasia (en el fútbol y en la vida): inteligencia. Pero la inteligencia es instrumental, tiene una función determinada, sirve para algo. En el caso de Arda, su inteligencia es hermenéutica, es decir, interpretativa; el muchacho tiene una capacidad natural para comprender ese eje de espacio-tiempo que es el presente, el presente puro en el que hay que tomar decisiones a la velocidad de la luz porque dentro del campo de juego los acontecimientos son un vendaval.
A eso me refiero cuando digo que Güler es un hermeneuta: interpreta situaciones estratégicas como nadie. Es un algoritmo que viste de blanco. Sabe lo que está sucediendo y lo sabe antes que sus rivales, e incluso que sus propios compañeros; en un par de ocasiones recuerdo haberlo visto abandonar su natural timidez para hacer aspavientos reprimiendo a uno de los suyos porque no supo ocupar ese espacio por el que se hubiera podido generar peligro, y que solo él había visto. No sé si seguirá don Carlo Ancelotti como entrenador del Real Madrid, pero ya sea él o el que fuere, debe entenderse que la presencia en el medio campo del número quince es indispensable. Arda debe permanecer en la plantilla y debe jugar muchos más minutos. Es un activo del club y tiene en su persona el talento necesario para triunfar entre nosotros.
Postdata
No soy profeta y no sé qué sucederá en la final de la Copa del Rey de este sábado. Nadie lo sabe, es verdad, pero esta perogrullada no me impide suponer, basado en el desempeño reciente de ambos equipos, una situación igualada dentro del campo. Me cuesta trabajo imaginar un tercer bofetón de los felones de azul y grana. Las finales tienen esa ardiente gotita de tensión que parece apaciguar el furor natural de los jugadores, lo que los vuelve más conservadores, más cautos. El Barcelona está dando muestras de irregularidad últimamente y el Real Madrid asume, no puede ser de otra manera, que se encuentra ante una oportunidad única para suavizar un poco los dolores que dejó el desastre ante el Arsenal en la que sigue siendo, por ahora, la competición más importante del fútbol planetario. Aunque, por supuesto, a todo lo anterior hay que añadir la maldita variable emponzoñada: los árbitros. ¿Dejarías a tu gato vigilando el filete de pescado que estás a punto de cocinar? Pues eso.
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