
La Galerna
·18 Maret 2025
Pasolini, Bertolucci y el Real Madrid

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Mientras aquellos inspectores levantaban la sábana manchada de sangre y arena que cubría el cadáver, nada se sabía aún de la identidad del muerto. Pier Paolo Pasolini yacía en un descampado cerca de Ostia como un despojo, golpeado y quemado, indigno de la obra que dejaba tras de sí.
La noche del 2 de noviembre de 1975 el director italiano, icono contracultural y polémico artista subversivo, había sido asesinado brutalmente. Este crimen, que aún muestra sombras y dudas, fue pronto un archivo cerrado,tal vez en falso,con la condena de un joven “chapero” de la noche romana llamado Pino Pelosi. Posiblemente, como sostuvo la periodista Oriana Fallaci, el asesinato fue obra de varias personas. Si fue una conspiración en la sombra tal vez nunca se sepa y, lo que es más, ya no importe porque el cineasta y autor de “El Evangelio según San Mateo”,un relato de soledades áridas y rostros curtidos sobre la vida de Jesucristo, de “El Decamerón”,un compendio de bajos instintos y picaresca a partir de la obra del escritor y humanista Giovanni Boccaccio, o de “Salò, o los 120 días de Sodoma”, considerada una de las películas más polémicas de la historia del cine y estrenada poco antes de su asesinato, deja fotogramas inconmensurables, como frescos renacentistas ante el espectador, disecciones de nosotros mismos y nuestras bajezas conservadas en nitrato de celulosa y poliéster para la posteridad. Lo verdaderamente importante de un genio, de un creador trascendente es, al final, su obra ,que es lo que lo distingue y diferencia del resto, no tanto sus miserias o defectos,tan vulgares como humanos y que todos compartimos en cierta medida.
Tal vez los JJOO de Roma fueron el final de algo porque algo se rompió (como apunta Herb Cohen en su imprescindible libro de negociación “You can negotiate anything”) en la víspera de los JJOO de Moscú de 1980. Entonces la NBC, la CBS y SATRA convirtieron un arte, porque el deporte hasta entonces lo era de pleno derecho, en un negocio de dinero y sudor. Años antes, como apunta Javier Bassas, Pasolini pasaba sus tardes más bellas jugando al futbol durante horas en los prados de Caprara, en la periferia de Bolonia, como extremo izquierdo. Era un amor puro, no solo por el fútbol sino por el deporte como la expresión artística que fue. Si recomendar un libro es como besar, permítase este segundo beso al aire al sugerir una obra tan corta como placentera escrita por Pasolini, que también era escritor. “Sobre el deporte” es una colección de reflexiones del artista en forma de artículos sobre fútbol pero también sobre boxeo, ciclismo y deporte olímpico, sobre Alberto Moravia y sobre Helenio Herrera. Un libro que nos retrotrae a un tiempo de porfía sana, rodilleras, Reflex y campos de tierra que ya no volverá.
Tal vez era solo un intento de ver quién “meaba más largo”, o puede que ambos albergaran el deseo oculto de la reconciliación de dos viejos amigos, su propio “Ara Pacis”. Lo cierto es que Bertolucci no se había tomado bien las críticas de Pasolini en Il Corriere della Sera sobre “El último tango en París”, película estrenada por aquél en 1972. Esta historia sucedió en Parma,en marzo de 1975. Entonces, dos películas se rodaban a pocos kilómetros de distancia: “Salò, o los 120 días de Sodoma” de Pasolini y “1900”(“Novecento”), de Bernardo Bertolucci, protagonizada por Robert De Niro y Gérard Depardieu. El intelectual más cáustico de Europa, un Pasolini también molesto con Bertolucci, propuso dirimir sus diferencias como deberían resolverse las guerras, con un partido de fútbol. Tifoso irredento del Bologna FC, Pasolini saltó al campo liderando su once, todos con la zamarra de su amado Bologna,todos componentes del equipo de la película, todos amateurs. Bertolucci, de 34 años, hizo de entrenador de los respectivos once de “Novecento”. Un documental de Alessandro Scillitani, llamado “Centoventi contro Novecento” (2019) recrea el hecho.La victoria de los de Bertolucci fue contundente. Si bien las cifras dadas según la fuente consultada difieren, parece como la más cierta que el equipo de “Novecento” venció a los de Pasolini por 5-2.
Pero también esta historia es singular en lo que sigue porque muestra un final con tres derivadas. En la primera,el partido concluyó con un abrazo entre dos amigos reconciliados, Pasolini y Bertolucci, abrazo que resultó ser eterno. Eterno porque, (y esa es la segunda derivada de la historia) unos meses después de ese abrazo, Pasolini fue asesinado.
Conviene a estas alturas cerrar el círculo de la trama con el tercer apunte de este final para ser fieles al encabezado de este artículo. Años después de la muerte de Pasolini se supo por la confesión de uno de ellos que (tal era el deseo de Bertolucci de vencer a su colega),en los días previos Bertolucci incorporó a su película a dos nuevos y jóvenes operarios que eran en realidad dos prometedores futbolistas de las divisiones inferiores del Parma. Uno de aquellos juveniles así lo declaró a La Gazzetta dello Sport hace no mucho, añadiendo que Bertolucci felicitó a los dos por su aportación esencial en la victoria. Ese juvenil, años después, hizo historia en un club que es un blockbuster todos los días, una superproducción en Technicolor siempre en cartelera. El club es, como era de esperar, el Real Madrid. Yel nombre de ese juvenil que jugó aquel partido, de quince años entonces y nacido en Reggiolo, a 50 kms. de Parma (como una inevitable interrelación que une al Real Madrid con la cultura en una sucesión natural), era Carlo Ancelotti.
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