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La Galerna

·26. März 2025

Vinícius y los miserables

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Para nadie con dos dedos de frente y el corazón en su sitio será desconocida la inhumana campaña de acoso montada en contra de un hombre de piel negra y camiseta blanca, el gran Vinícius Jr. Sucede que la piara mediática le colocó en la espalda una diana para cebarse con él desde su llegada. Primero hicieron de sus constantes pifias una fuente inagotable de carcajadas y después, viendo con mezquindad y asombro el crecimiento exponencial de un talento pulido a conciencia en las miles de horas de trabajo disciplinado en Valdebebas, echaron mano de su arma favorita: la difamación. Construyeron un personaje a modo otorgándole las características arquetípicas del villano deportivo: chulería, arrogancia, inmadurez, prepotencia, egolatría y demás lindezas. Se dijo de él que buscaba siempre provocar a sus adversarios tanto como a las aficiones locales, lo que lo volvía un mal ejemplo para los niños de España, del mundo y de la galaxia: había que machacarlo. Se impuso, pues, el escarmiento como vía pedagógica.

Día sí y día también los espacios deportivos radiofónicos abrían sus emisiones con el fusilamiento del sudamericano. No faltaban risas celebratorias porque en el gremio periodístico la vileza —lo sabemos todos— es el pan mugriento de cada día. Vinícius era un mal salvaje, una criatura insumisa que cometía el pecado contra el espíritu, el imperdonable error de querer salvaguardar con hechos y palabras sus muy propios y personales intereses. Estamos en 2025 y por lo visto la desobediencia civil de un afrobrasileño sigue siendo un asunto in-to-le-ra-ble. Injurias y epítetos aparte, la vara con que se le mide es sobradamente retorcida y el juicio vicioso que de él se hace se ha normalizado a tal punto que ya nadie se lleva las manos a la cabeza: la injusticia ha dejado de enrojecer rostros como signo de irritación moral.


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Desde la irrupción global de Vini me he preguntado a qué se debe la ferocidad de los ataques que debe recibir a diario, particularmente en España, hay que decirlo. Tal vez pequé de ingenuidad, pero me sorprendió ver desde los primeros días un particular refinamiento en la malignidad con que actuaban sus detractores. No se ocultaban, no echaban mano de ironía o de la frase sibilina, no: iban a pecho descubierto y con el cuchillo entre los dientes. Lo del capirote blanco y las cruces en llamas parece ser asunto de otros tiempos. Lejos de avergonzarse por semejantes prácticas de linchamiento, se envanecían inflamando el pecho para mostrar las medallas de cada uno de los escupitajos que le lanzaban al futbolista desde el púlpito.

Recuerdo que en más de una tertulia (o en redes sociales) se repetía aquella tontería mayúscula de que no lo atacaban por ser de raza negra sino por jugar en el Real Madrid. La gente que decía esto parecía creer que ambas circunstancias son mutuamente excluyentes; sin embargo, todos sabemos que se puede ser antimadridista y racista. ¡Cómo si fuera muy difícil comprenderlo! Por si todo esto no bastara, hace algunas semanas descubrí en una tertulia radiofónica una nueva variante del ultraje programado. Cierto participante de otro aquelarre anti-Vinícius afirmaba más o menos lo siguiente: “Es que es muy feo, es muy caricaturizable”. En ese momento yo escuchaba el audio mientras montaba mi bicicleta de camino al trabajo y casi termino en el suelo, sorprendido por la naturalidad con que aquello fue tomado por los contertulios: nadie se indignó, nadie matizó, nadie le reprochó al mentecato de marras semejante despropósito. Nadie, absolutamente nadie. Al parecer hay criaturas que viven empozadas en su muy personal e incurable animalidad decimonónica.

Se repetía aquella tontería mayúscula de que no lo atacaban por ser de raza negra sino por jugar en el Real Madrid. La gente que decía esto parecía creer que ambas circunstancias son mutuamente excluyentes; sin embargo, todos sabemos que se puede ser antimadridista y racista. ¡Cómo si fuera muy difícil comprenderlo!

Teniendo en cuenta este contexto y con su venia, pregunto retóricamente lo siguiente: ¿a alguien le sorprenden los aspavientos de Vinícius en el campo? ¿Creen que es posible soportar el agobio quemante del desprecio masivo durante tanto tiempo sin menoscabo de nuestro mundo interior? A mí no me chocan sus desplantes furibundos, incluso los aliento como una manifestación rebelde de alguien cuya dignidad y honor han sido ensuciados con total impunidad por comunicadores delincuenciales, al igual que por miles de corifeos embozados en las letrinas tuiteras, por no mencionar la sucia complicidad de no pocos “madridistas”. Vinícius se comporta en ocasiones como un imbécil, pero para su mala fortuna aún no consigue que le llamen imbécil a secas: antes deben añadir el “negro” o el “mono”, calificativos que buscan deshumanizar al hombre que inexplicablemente odian.

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El comportamiento simiesco de quienes espetan semejantes desprecios es autoparódico y también trágico: encarnan como nadie precisamente aquello que dicen repudiar. Ellos son el reflejo de una sociedad exaltada y absolutamente rota. La tarde en que el atacante brasileño del Madrid se paró frente a una rabiosa multitud en Mestalla para señalar con índice flamígero a sus agresores me di cuenta de que estaba contemplando una imagen icónica, como la de aquel estudiante chino en Tiananmén que, sin más armas que su cuerpo y su conciencia, se plantó de pie ante los tanques comunistas. Es así, nos guste o no: si queremos defender la dignidad personal, la libertad y la autonomía de nuestros íntimos dominios, también tendremos que salir a torear tortugas alguna vez. A los miserables hay que llamarlos por su nombre y apellido, pero sobre todo, que no se nos olvide nunca, hay que mirarlos siempre a la cara. “Ya no te tengo miedo, has perdido todo poder sobre mí”, dicen que le dijo Séneca a Nerón. Pues eso, Vini escucha y sonríe, y baila y se va ganando un lugar en la historia jugando al fútbol como los propios ángeles. Mientras tanto, sus acusadores siguen cavando el pozo ciego del olvido que tanto merecen.

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